Aunque parezca un
argumento religioso nada tiene que ver con creencias. Cada vez que viene el
tiempo lluvioso se inundan las calles y veredas. La lluvia que es bendición del
cielo viene a tornarse en maldición, para aquellos ciudadanos que no tienen
carros ni avión.
Sábado pasadas las
tres de la tarde desciende un copioso torrente y en unos pocos minutos las
aguas llenan las aceras rápidamente. Se transforma una de las principales avenidas
de Santo Domingo en un riachuelo inesperado, haciendo que el transeúnte se
quede en un toldo varado.
Del Río Ozama las
vías parecieran un reflejo, aparte de tener corriente, la basura se ve flotando
desde lejos.Los desechos sólidos vienen hacer el elemento perjudicial, porque
cuando llueve llenan las alcantarillas hasta desbordar.
Transcurren los
minutos y persisten las lluvias. Más incómodo se torna trasladarse en cualquier
ruta. Se sigue inundando cada vez más la zona y el tránsito se convierte en un
caos total. La avenida Jiménez Moya anegada hace que el tránsito fluya
lentamente, provocando taponamientos en las intersecciones adyacentes.
Los vehículos que pasan por las calles parecieran que son botes, porque
tienen que movilizarse con el agua hasta el tope. Los que aguardan refugiados
hacen contacto con la estela, porque cuando pasa un conductor salpica todo lo
que le rodea.
Los buhoneros de
las esquinas se retiran de su lugar, ya que el agua está alcanzando sus carpas
y sus mercancías se están a punto de mojar. En calles aledañas, en zona
residencial, las señoras de las casas barren las aguas de su área frontal. Las
aguas residuales se posan por doquier, caracterizando el panorama que en cada
parte se puede ver.
Aquellos
que se aventuran a caminar tienen que hacerlo con el pantalón retraído o como
se le llama en “brincacharcos”. A los que no les da tiempo a cuidar su
indumentaria se le enchumba hasta los calzoncillos. Los que andan de gala o con
una ropa muy lujosa, llegan a sus destinos en condición muy vergonzosa.
Muchos se ponen en
cada zapato una funda para protegerlos, porque si no se le moja hasta el más
chiquito de los dedos. Otros resignados caminan sobre las aguas, parecieran el
mesías cuando lo hizo en la palabra.
El mal tiempo
provoca una gran peripecia a las personas que transitan a pies, el drenaje
urbano no da abasto para las aguas pluviales. Se escucha a alguien vociferar entre
un charco disgustado: “tanto que prometen y ni esta vaina resuelven”.
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