miércoles, 7 de diciembre de 2011

Orando por los peces



¿Por qué no he pescado nada? , lloriqueó mi hija de 5 años de edad, con la desilusión muy marcada en su voz. por cerca de una hora Samantha había sostenido el carrete y la caña de pescar con avidez e impaciencia.

Y entonces sucedió...

Jesús, oró Samantha, por favor, ayúdame a sacar un pez. Amén.

A través de los años he llegado a apreciar la sabiduría de Dios al no darme todo lo que pido, pero, ¿como podrá captar mi hija las complejidades de la sabiduría buena y perfecta de Dios?, me pregunté; la fe de Samantha se aplastaría si no capturaba un pez.

Para mi sorpresa, la punta de la caña de Samantha se inclinó. Ella enrolló el carrete con entusiasmo y momentos después gritó alegremente, mientras sostenía una brillante trucha arco iris al final de la caña.

Asombrado me di cuenta que Dios estaba buscando a mi hija, atrayendo su corazón con su gracia indescriptible. Durante años estuve tratando de decir y hacer todo lo correcto para empujarla más cerca de Dios. Pero fue el Padre celestial de Samantha, no su padre terrenal, el que hizo que ella confiara en ÉL. Así como ÉL llenó las redes de dos hermanos Galileos hace mucho tiempo (Lucas 5:4-10), envió un pez a la caña de pescar de mi hija, y alimentó su creciente fe.

(Michael Ridgeway)

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